Agresividad, ¡natural para vivir!

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Quizá, tú como yo, hayas identificado agresividad como agresión, dándole una connotación negativa.

Pero la agresividad merece ser entendida desde una mirada más amplia, realmente como lo que es, algo positivo, natural y necesario para el desarrollo, para la vida.

La agresividad es innata, está presente en todos nosotros incluso antes de nacer. Un impulso interno, la energía que nos hace “ir hacia”, para ser y estar con nosotros mismos, ser y estar en el mundo, ser y estar con los demás.

Nos permite expresar ¡Aquí estoy! ¡Esto es lo que necesito!

Un bebé utiliza la agresividad para buscar la mirada de su madre, buscar su pecho para alimentarse, llorar si necesita ser cogido en brazos o si necesita descansar porque tiene sueño, gritar si siente angustia, morder si le duelen los dientes….

También para encontrar atención, presencia, cobijo y la oportunidad de descubrir, de explorar…

Para decir “yo”, que ya no soy tú y defender las cosas que son “mías” (mi mamá, mis juguetes.) en un deseo de diferenciación y de autoafirmación y de poder establecer relaciones sanas y equilibradas con los demás.

La agresividad nos permite expresar nuestro malestar, si estamos incómodos, si necesitamos algo que no estamos encontrando, expresar nuestros deseos; deseos que muchas veces chocan con los deseos de los demás dentro de unos límites que, en edades tempranas, todavía no son comprendidos. La agresividad permite sacar afuera todas nuestras “tensiones”. 

¿Qué ocurre si estas tensiones se acumulan, se hacen muy intensas? ¿y si la agresividad alcanza niveles muy elevados?

En estos casos, puede haber un desborde, la agresividad puede volverse destructiva, expresada con fuerza, movimientos bruscos, pegar, morder, hacerse daño así mismo, a los demás o al entorno.

¿Cómo podemos ayudar los adultos?

  • Facilitar siempre la expresión de la agresividad, acogerla de forma respetuosa y desde la empatía, desde la presencia y el amor incondicional, desde el reconocimiento como persona con todas sus emociones y estados anímicos.

  • Si la agresividad se convierte en destructiva, hay que abordarla y permitir su expresión aún más si cabe, con el límite claro de “no al daño” pero “sí a la expresión”. Dar algunas alternativas para su abordaje como telas u otros objetos para morder, algunos objetos que puedan derribar, empujar, golpearlos y destruirlos, objetos para pellizcar, aplastar.  Recursos con los que puedan descargar, que no se hagan daño y que no hagan daño los demás (almohadas, cojines, construcciones, mordedores, pelotas blandas, saquitos con arroz y legumbres para poder apretarlos fuerte, …).

No es lo mismo decir “no se puede morder”, desde la censura y la represión, a permitir morder facilitando un objeto para ello.

  • Las sobrecargas de tensión necesitaran una mirada más profunda desde la calma, intentar saber porqué la criatura está tan estresada, si está viviendo demasiadas frustraciones, si necesita más presencia, si hay alguna necesidad que no está siendo suficientemente cubierta, si está  habiendo algún cambio brusco que le esté afectando.

  • Atender sus necesidades básicas de manera “suficientemente buena” para que la infancia no viva en una situación permanente de tensión y displacer.

  • Nunca castigar las manifestaciones de agresividad, esto supondría negarles como ser.

  • El movimiento y el juego en todas sus formas permiten expresar de manera natural, sacar hacia afuera, canalizar deseos y necesidades insatisfechas, expresar impulsos y emociones. Facilitar estas dos herramientas de manera cotidiana junto con un ambiente en calma, relajado y con muchas posibilidades de expresión puede ayudar a mantener unos niveles adecuados de agresividad en los niños y niñas.
  • Nosotros como adultos debemos ser conscientes de que los niños aprenden a modular la agresividad a través de la experiencia y con nuestra ayuda. La autorregulación se aprende y encontrar formas más adecuadas y reguladas para expresar la agresividad (la palabra, la simbolización…) requiere de maduración y de nuestro acompañamiento.

Es una necesidad dar cobijo a una infancia que a veces se desborda porque está aprendiendo y porque desbordarse forma parte del cauce de la vida.

No quiero una infancia que deje de expresar lo que necesita, una infancia sin deseos, inhibida, reprimida, contraída, sumisa. No quiero una infancia con el sentimiento de no ser escuchada, con el sentimiento de no existir.

Deseo una infancia que desee y sienta placer, que necesite y que así lo exprese, desde la seguridad de que será atendida. Una infancia libre y con capacidad de autorregularse.

Y esto, depende de nosotros/as…

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