Enredos entre colores

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El asombro se pudo leer en sus ojos al entrar en la sala. “Un asombro estético al encontrarse con lo inédito, que conlleva fascinación de lo desconocido, de la incertidumbre de lo escondido, de las posibilidades sumergidas que desean salir a una superficie para ser miradas.”*

Un escenario que permitió unir lo real con lo posible, donde cada uno pudo construir sus propios mundos imaginarios y narrar su historia interior (catalejos que permitieron mirarse de unos a otros, largas trompas de elefante, brazos de robot que sirvieron también de bastones para caminar…).

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En este caso no hubo unos límites previos, salvo los que siempre se sobreentienden ante un momento de juego compartido. Cada uno/a, en su vivencia y expresión, buscó y descubrió hasta dónde quería llevar el juego.

El hecho de no marcar pautas o establecer límites supuso una oportunidad de transgredir y romper con lo cotidianamente establecido, de hacer y deshacer sin miedo y sin juicios externos.

Les observamos arrancar del techo los acetatos para trasladarlos a las paredes, estirar hasta deformar los tubos de aluminio, modificar por completo la luz y el color combinando celofanes en el retro, o anudar cestos formando una cadeneta.

El diseño tan abierto abrió la puerta a la acción y la interpretación. Un escenario de puro movimiento, dispuesto para ser transformado por la intervención curiosa y el deseo de exploración de la infancia.

La dimensión estética jugó un papel fundamental y la magia de la luz lo inundó todo. Un elemento fascinante que dio paso a observar, sentir y admirar lo que acontecía desde diferentes enfoques. Sus posibilidades y efectos insospechados desplegaron el deseo de investigar, el placer de hacer interesantes descubrimientos perceptivos con las sombras, los colores, los objetos y con su propio cuerpo.

*Fragmento extraído del libro La estética en el pensamiento y obra pedagógica de Loris Malaguzzi, de Alfredo Hoyuelos (2006).

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