Chocolate, aromas, luz y espejos: la belleza de lo cotidiano

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Vivimos el invierno desde la calidez y el placer de disfrutar de las cosas sencillas; del chocolate caliente y los aromas a canela, naranja, cacao y café. Arropadas por la magia de la luz y la fascinación de experimentar con espejos.

Fue la belleza de las pequeñas cosas cotidianas, de lo sutil, de los detalles la que creó un velo que nos envolvió de amabilidad, serenidad, armonía, asombro y emoción.

¿Por qué la infancia necesita esta belleza cotidiana?

La infancia trae consigo una sensibilidad natural para apreciar, crear y disfrutar a través de sus cinco sentidos de estos pequeños detalles cotidianos cuando se perciben como estéticamente bellos. Es la belleza que se vive desde lo visible, lo sensorial.

Lo bello lleva a pararse detenidamente ante las cosas, a observarlas, a contemplarlas desde una mirada profunda. Empuja a actuar, a descubrir, a investigar, a pensar, a expresarse y a maravillarse con todo lo que acontece.

Lo estéticamente bello despierta ese sentir estético, al que Loris Malaguzzi llamó “vibración estética”, que produce admiración, curiosidad, seduce, asombra, emociona y provoca placer.

¿Cómo podemos ofrecer experiencias bellas?,¿Cómo facilitamos a la infancia ese placer estético?

  • Proporcionando ambientes amables, cálidos, acogedores y estéticamente cuidados donde se sienta bien.
  • Poniendo a disposición materiales variados, sugerentes y cuidadosamente seleccionados (materiales cotidianos, no estructurados, novedosos…) que posibiliten múltiples conexiones.
  • Enriqueciendo los espacios; espacios multisensoriales y llenos de posibilidades.
  • Cuidando las composiciones, las disposiciones, los colores, la cantidad y calidad de estímulos que se ofrecen a los sentidos.
  • Ofreciendo diferentes colocaciones, combinaciones, perspectivas para ampliar la mirada con la que se interpreta el mundo.
  • Dando cabida a la pluralidad de lenguajes con los que se expresa la infancia.
  • Evitando el caos, el desorden y las estridencias.
  • Huyendo de imágenes prototipo y estereotipadas, de materiales, de ambientes que infantilizan y empobrecen a la infancia.
  • Facilitando tiempo en calma para mirar, contemplar.
  • Dejando paso a la libertad, a la expresividad, al disfrute de las cosas bellas de manera sensible.

La infancia necesita belleza para interaccionar, aprender y crecer.

La belleza crea una relación sensible con uno mismo, con los demás y con el entorno, es una manera de interpretar el mundo. 

No podemos olvidarnos de ella en los espacios y experiencias donde la infancia está presente. En palabras de Eulàlia Collelldemont, debemos ofrecer belleza “desde el sentir para el sentir”.

“La belleza es una actitud atenta y de cuidado, una mirada sensible a las personas, a las relaciones, a las cosas que hacemos, es lo contrario a la indiferencia, al descuido, a la conformidad, a la ausencia de participación y sensibilidad”

Vea Vecchi
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