Acompañando infancia sí pero…¿cómo?

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Acompañar significa ir junto a otra persona permitiendo ajustar el ritmo para caminar al mismo paso, conectarnos desde una relación de horizontalidad y, así, poder escucharnos. Ir por delante me impide observar y atender el ritmo de la otra persona, puedo alejarme demasiado perdiendo la conexión y marcar un paso que no es el suyo, sino el mío. 

Si me posiciono delante, elijo el sendero, el atajo o la calle que cruzar y parece que mis decisiones son las que marcan el rumbo. Por el contrario, si camino siempre detrás, quedaré a merced de lo que la persona de delante haga, solo reaccionando a la acción de ella o, quizás, mis pasos acelerados le puedan resultar invasivos.

Podemos tomar esto para hablar de acompañamiento respetuoso a la infancia: ¿Cómo me posiciono como adulta? Siguiendo el símil de los caminantes ¿Estoy ajustada, conectada, observadora, atenta o invasiva, alejada e impaciente?

 

Todo empieza por un cambio de mirada

No hay acompañamiento sin ESCUCHA. La escucha es el punto de partida y se dirige, en primer lugar, hacia mí misma: atenderme y darme voz. La escucha como autocuidado te puede arrojar un poco de luz en este sentido. 

Cuando hablamos de escuchar a niños/as se pone en marcha un mecanismo para cuidar a nivel físico, mental y espiritual. Porque esta mirada respetuosa se dirige a todos los aspectos de la infancia: gestación, parto, alimentación, sueño, juego, relaciones sociales, …

¿Qué implica la escucha?

CALLAR para escuchar necesito callarme, de lo contrario se entremezcla lo que me dice con lo que interpreto y ahí no hay escucha. No se trata de callarme y esperar mi turno de hablar, no callarme y pensar qué le voy a decir cuando me toque. Atender lo que necesite y quiera decirme desde la empatía y el no juicio. Estoy contigo es un cuento que ilustra perfectamente esto.


EJERCITAR LA ESPERA y ser consciente de que mis necesidades como adulta me llevan, por lo general, a precipitarme y no esperar. Lo que parece tan sencillo, en la práctica no lo es y puede que la criatura no necesite nada más. Saberte atenta y disponible. Estás para ella y no necesariamente tienes que intervenir. 

Esperar es darle la oportunidad de tener una experiencia lo más amplia posible, cargada de información y aprendizaje. Ahora toca encontrar la forma de compatibilizar esto con nuestro “mundo prisa”.


ESCUCHAR LAS PALABRAS Y LA AUSENCIA DE ESTAS. En ocasiones, el lenguaje estará presente y dará lugar a una conversación. Otras veces, habrá que activar todos mis sentidos para conectar y empatizar con ellos/as. 

Determinados comportamientos harán que se dispare una alarma que indica “¡ayúdame!”. No abordo únicamente el comportamiento, sino que voy a escuchar qué hay detrás de este, me sumerjo en lo profundo.


EMPATIZAR Y GENERAR VÍNCULO. Se crea una zona segura en la que el niño/a puede desplegar todo lo que es porque a su lado hay una persona diciendo “entiendo lo que te pasa y estoy aquí, estoy contigo”. No es solo una frase, es una actitud hacia la infancia que dignifica y permite una relación muy sana.


Acompañar desde el respeto y la confianza es elegir la ruta larga, con muchas paradas y desvíos. Surgen dudas, miedos y desafíos porque enfrenta patrones culturales que tengo interiorizados con otra forma de ser y estar, que va a contracorriente, pero resuena en mí. A veces, hay que desaprender y dejarse guiar por el instinto para conectarnos y disfrutar con los/as niño/as. 

Acompañar es una habilidad y, como cualquier otra, requiere práctica. Habrá días que saldrá todo rodado y otros serán puro desastre. Lo importante es que el resultado es el proceso en sí mismo. Un proceso de aprendizaje para las dos partes en el que cada día se presenta como una oportunidad para hacerlo lo mejor que puedas.

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